FRAGMENTO PROMOCIONAL DE TURISMO RURAL
Lee el fragmento promocional de Turismo Rural. Una novela en la que lo que deberían haber sido unas vacaciones distintas y agradables, se convierten en situaciones de auténtico pánico.
AUTORES:
Montserrat Valls Giner y Juan Genovés Timoner
INTRODUCCIÓN
El lago Baikal tiene veinticinco millones de años. Ha visto guerras, zares y también el tren más famoso del mundo: el Transiberiano.
Y ahora, en pleno año 2025, observará impasible lo que les sucederá a nuestros personajes en este viaje a la Rusia más desconocida. En un lugar de “turismo rural” donde, aunque los turistas lo desconocen, no hay billete de vuelta.
UNO – LA LISTA
Lara
Cerca del lago Baikal encontramos un pueblecito llamado Irkutsk. Precioso, limpio y aburrido.
Cuando Lara recuerda su infancia lo primero que le viene a la mente es la primera vez que cogió un avión. Su abuelo fue con ella y le explicó que al despegar notaría un cosquilleo en el estómago. Cuando aterrizó en Siberia se prometió a sí misma volar siempre.
En cambio Irkutsk la agobiaba. Se sentía encerrada.
Necesitaba marcharse y así lo hizo. En cuanto cumplió los 18 años montó una agencia de viajes especiales para ricos. La llamó “El ojo azul”.
Tras diez años de mucho esfuerzo su agencia era la más demandada de Rusia y de toda Europa. En sus planes estaba llegar a ser la mejor agente de Asia.
Enamorarse de Iván no estaba en sus planes. Las mejores cosas suceden sin planearlas.
Son las dos de la mañana del verano ruso y Lara se despierta de golpe. Sin hacer ruido se dirige al ordenador. La luz de la pantalla muestra la lista de los nuevos viajeros que vendrán en agosto. Empieza a leer la lista hasta que oye la adormecida voz de Iván.
—Lara ¿Qué haces? Son las dos de la mañana. —Iván intenta poner una voz imperativa para que su pareja le haga caso.
—Me encanta tu peinado cuando te despiertas por la mañana —Lara se cachondea de sus pelos negros, de punta, que recuerdan al carbón.
Ese comentario hace que Iván salga de la cama y le despeine su cabellera pelirroja. Lara siempre había dicho que el carbón y el otoño de los bosques siberianos son mala mezcla. No se parecían en nada. Ella ansiaba viajar, él luchaba por quedarse en tierra firme. Ella era vegana y él devoraba con fruición el filete strogonoff. Pero había algo que les unía: su sentido del humor.
Iván coge su ordenador y lo aproxima a la ventana de la habitación.
—¡Si lo tiras te mato Iván! —Lara intenta no reírse.
—¿Y si no lo tiro, qué gano? —Iván va abriendo la ventana en la noche de cielo estrellado.
—¿Filete strogonoff con setas y crema agria? —Lara sabe que es su plato preferido y en la nevera ya tiene los ingredientes.
—¿Chantaje con la comida…? —Iván se acerca a Lara devolviéndole el ordenador, mientras roza suavemente con sus finos dedos de pianista los blancos senos de Lara.
Ella se olvida por un momento de la lista de viajeros y se sumerge en los dulces gemidos de su cuerpo con las teclas negras y blancas. Las notas suben de tono y las focas, a lo lejos, son arrulladas por los bemoles sostenidos, que surgen de una ventana de cristal.
Dos horas más tarde, Lara, lee atentamente la lista de los que serán su familia durante quince días. Ella siempre lo veía así, un grupo para que funcionara tenía que tratarse siguiendo un protocolo familiar, de manera tal, que se generara confianza entre los viajeros.
Philippe y Kathleen Anderson. Matrimonio de Nueva Zelanda.
Allan y Belinda Crother. Matrimonio de Tasmania.
Lee ki-woo y Haneul Sang-ho. Amigos de Corea del Sur.
Marguerite Deuras. De París. Viuda del anterior presidente francés.
Scarlett Dern. Actriz de moda de Nueva York.
Idioma que todos entienden: el inglés.
Alergias conocidas: Kathleen es alérgica a la penicilina, y Scarlett a los frutos secos.
El amanecer va ocultando las estrellas mientras Lara saborea una avellana con miel. La luz de la pantalla del ordenador se apaga y un silencio estremecedor hace temblar a Lara. El aullido de los lobos marca el inicio de un frío lunes siberiano.
DOS – ALLAN Y BELINDA
Belinda
Belinda está haciendo el doctorado de etología en la isla de Tasmania. Por eso se trasladaron de Sidney a Hobart, la capital. Su atracción por el canguro cavador, el diablo de Tasmania, el gato tigre y el periquito terrícola, no es nada comparable a su certeza de que encontrará pruebas que demostrarán que el tilacino o lobo de Tasmania no se ha extinguido.
A sus 35 años ya no tiene miedo a nada, ha perdido a toda su familia por accidentes y enfermedades neuronales. Sólo le queda Allan, su marido, así que actualmente puede sumergirse en las riberas del río Franklin sin estar preocupada por contestar al móvil cada cinco minutos.
Por suerte Allan, aunque le lleva 20 años, posee muy buena salud. Su situación matrimonial es la envidia de amigos y extraños.
Belinda va pensando todo esto mientras se dirige a la casa de Kirk, un lugareño que ha dicho tener pruebas de ese marsupial.
A medida que se acerca a la cabaña su corazón empieza a latir. Si consigue probar que aún quedan ejemplares de tilacino en lugares recónditos, podría ser esencial para su doctorado.
La puerta está abierta y un hombre fumando en pipa le da la bienvenida.
—El señor Kirk, supongo.
—Encantado Belinda. Siéntese por favor. Es usted más joven y más bella de lo que imaginaba.
La melena oscura de Belinda deja entrever sus ojos violeta.
—No sabe lo que me ha costado encontrarle —Belinda se quita la chaqueta, tira la mochila al suelo y se sienta de buena gana en el cómodo sillón situado delante de Kirk. Aunque le molesta el humo de su pipa, hace caso omiso y empieza a observar las fotos que le tiende el anciano.
—Las tomé el mes pasado, le oí ladrar y gruñir. Se asustó sólo hacerle la foto.
—Dios mío, usted sabe lo que demuestra esto, mire la gruesa cola igual que un canguro.
—Así es, pero sólo sale en luna llena.
—¿Está bromeando? —Belinda piensa que Kirk le está tomando el pelo, y por una milésima de segundo piensa que las fotos pueden estar trucadas, pero desecha la idea al pensar que interés en mentirla podría tener ese hombre tranquilo, que la mira sonriendo.
—¿Quiere un refresco? —Kirk la ve pálida y nerviosa. Él no es muy sociable, pero le divierte esa mujer.
Después de observar minuciosamente las fotos el anciano invita a comer a Belinda. La conversación fluye fácilmente. A Kirk le apasionan los ornitorrincos, y ella casi enmudece escuchando todo lo que sabe de conducta animal sin haber pisado la facultad.
Al llegar al postre, Belinda se siente totalmente confiada y le propone una nueva cita a Kirk.
—Verá Kirk, tengo una idea. Sin querer abusar de su hospitalidad, que le parecería si vengo el mes que viene, durante la luna llena y usted me lleva por la ruta donde encontró al lobo.
—Hecho, pero ¿Por qué el mes que viene? —Kirk se estaba encariñando de la chica, le recordaba a su nieta.
—Mi marido ha comprado un viaje a Rusia, cerca del lago Baikal. A la vuelta, si no le molesto, volveré. Aunque le pagaré el tiempo perdido.
—Ni se le ocurra… a mi edad, pequeña niña, me sobra el tiempo. Además en agosto vendrá mi nieta, le encantará acompañarnos.
El humo de la pipa disfraza de misterio la cabaña, mientras Belinda se pregunta dónde estará la esposa de Kirk. Una cazadora de mujer colgada de la puerta le hace pensar que ha salido.
La puerta se abre de golpe y entra una mujer de la edad de Kirk.
—Kirk, no puedes fumar, te lo dijo el médico. Discúlpeme, debe usted ser Belinda —la anciana habla con voz aterciopelada.
Me levanto para saludarla y entonces veo la luz de mi móvil. Allan me ha hecho seis llamadas perdidas.
Allan
Allan es médico de cuidados paliativos en Tasmania. Antes trabajaba en Sidney, pero con el doctorado de su esposa decidieron trasladarse allí.
A paso lento, Allan, se dirige al hospital Inspire, mientras va recordando lo duro que fue para Belinda venir a la isla después de la muerte de su madre. El Alzheimer a los 70 es rapidísimo. Fallan los órganos e irremediablemente, la memoria empieza a difuminarse.
El hospital Inspire arquitectónicamente está hecho totalmente de cristal, de manera tal que la luz entra por todas las habitaciones haciendo más cálida la estancia. Aunque en el departamento de Allan, todo ello es bastante inútil, pues sus pacientes ya están desahuciados.
Allan va pasando por largos pasillos blancos y brillantes, hasta llegar a unas escaleras que llevan a su departamento.
—¿No tomas el ascensor, Allan? —un joven rubio le corta el paso sonriendo.
—A mis cincuenta y cinco años he de cuidarme Marc —Allan se toca la poblada barba mientras le coge la carpeta que le tiende Marc.
—Son los últimos resultados de la paciente que ingresó ayer. Las transaminasas siguen muy altas, creemos que el hígado puede fallar en cualquier momento.
—¿Qué ha dicho la familia? —Allan sigue andando y leyendo los resultados. Marc le sigue raudo subiendo escaleras.
—No quieren ningún cuidado paliativo Allan.
—¿Por qué? ¿No entienden que su madre está sufriendo? —Allan se exaspera al hablar.
—Son de una secta religiosa.
—¡No me jodas Marc! ¿Qué mierda de secta? —Allan baja la voz porque están llegando al pasillo donde está la habitación 666, y se pueden vislumbrar a los familiares en el luminoso pasillo.
—Se llama “los hijos del mar helado” —Marc habla en susurros.
—¿Estás de coña?
—No, son del norte de Finlandia. Sus creencias son que el dolor es positivo para el alma. Las medicinas son drogas que no permiten llegar al mar en el que ellos creen, una especie de Nirvana. Pero eso no es lo peor.
—Suéltalo Marc, ¿acaso puede empeorar?
—La única persona que hablaba inglés es su nieto y ha tenido que marcharse urgentemente por un problema en su empresa —Marc baja aún más la voz al llegar cerca de la familia.
—Sólo hablan finlandés… esto es una pesadilla —Allan ve a Marc dirigiéndose con gestos para presentarle.
Allan les saluda y entra en la habitación. Una anciana, menuda y frágil, yace en la cama mirando al vacío. Allan se acerca a ella y le aprieta la mano. Todo son huesos pero la anciana intenta esbozar una sonrisa.
Y entonces lo recuerda: Belinda, su mujer, sabe finlandés. Aunque sea por teléfono, podría servir de traductora.
Sale de la habitación para encontrar cobertura. Marc le sigue.
Allan llama a su mujer seis veces seguidas pero no hay manera, debe estar en plena montaña, con el etólogo de los lobos inexistentes.
—Nada. Imposible, tendremos que esperar Marc. Está en una cabaña con un etólogo. Allí no debe haber cobertura.
—Si quieres Allan, me parece que en pediatría hay una enfermera finlandesa.
—No me jodas, pues ya estás tardando —Allan suspira aliviado.
Unos minutos más tarde llega una enfermera del brazo de Marc, cuchichean, se supone que le está explicando la situación.
Al acercarse más Allan palidece, pues se da cuenta de que la joven le conoce.
—Allan, te presento a Ingrid —Marc pronuncia las letras de Ingrid como si le fuera la vida, se nota que le atrae. Debido a ello no percibe el cambio de tez de Allan.
—Ya nos conocemos Marc. Hola Ingrid.
—No me lo puedo creer… ¿Qué haces aquí? Llevo pocos días de suplente y desconozco a la mitad del personal. ¿En qué departamento estás Allan?
Allan no responde e intenta darle la mano, pero ella le rechaza.
Marc contesta por él.
—En cuidados paliativos Ingrid… —antes de acabar la frase Marc ve anonadado como la enfermera se marcha entre insultos.
Marc no entiende nada y observa minuciosamente como su jefe se dirige a una máquina de tabaco, dejándolo con la palabra en la boca.
Allan intenta abrir el paquete, y se dirige al jardín del hospital.
—Allan… ¿Qué hago con la familia? —Marc parece desesperado, al ver que su jefe se larga sin darle explicaciones.
—No lo sé Marc, en cuanto termine el cigarrillo me iré a casa, sustitúyeme durante el día de hoy —Allan no mira al joven a la cara.
Marc baja las escaleras para dirigirse a pediatría. Al cabo de unos minutos encuentra a Ingrid. Está llorando en una silla.
—¿Qué sucede Ingrid? —Marc le pone la mano en el hombro para que se calme.
—El hombre para el que trabajas es un monstruo. Mató a dos ancianas.
Marc se sienta a su lado. La luz del hospital empieza a desaparecer. Nubes negras amenazan con una gran tormenta.
TRES – SCARLETT DERN (Nueva York)
Scarlett
La gente piensa que la vida de los actores es divertida. No piensan en los madrugones a las seis de la mañana, ni en las toneladas de maquillaje que no dejan respirar la piel. Esta es la razón del envejecimiento prematuro en esta profesión.
Los veinticinco años de Scarlett no tienen que preocuparla aún, así que va poniéndose el eye liner de moda: líneas flotantes naranjas en los párpados. Se cepilla las gruesas cejas y peina sus raíces oscuras en un cabello rubio platino. La moda es absurda, antes no se habría podido salir a la calle así, se hubiera visto como descuido. Ahora ese look es lo chic.
Se sonríe a si misma ante el espejo mientras va pensando en todo esto. Se viste con un Versace de dos piezas negro y sale a la calle, eso sí, no sin antes coger su bolso Dolce & Gabbana de color rosa.
Aunque parezca mentira a esas horas de la mañana, los taxis están ocupados, así que se pone unas bambas que siempre lleva y guarda sus zapatos de tacón en una pequeña mochila donde cabe todo.
Cuando llega al plató ve extasiada lo que el gran diseñador Elie Saab ha diseñado en un estudio de cine. Una casa surrealista: cortinas que parecen cascadas y lámparas como puzles de mármol. El rojo y negro le da un toque misterioso.
Scarlett entra corriendo pues llega tarde.
—Scarlett , por fin te dignas a llegar —grita Marcello, el director.
—Marcello, sólo llego tarde dos minutos —intenta responder con dulzura.
Marcello es el director italiano más perfeccionista que ha existido después de Fellini. Su obsesión es la puntualidad. Mira a la chica con rechazo. Le influye el hecho de que intentó tener algo con ella. La abordó en su caravana, le regaló orquídeas, incluso le compró el perfume más caro de París. No dio resultado.
Scarlett y Marcello empiezan a discutir como siempre, así que los demás actores repasan sus guiones, los directores artísticos perfeccionan la iluminación y la maquilladora inunda de gloss los labios de la joven sin escuchar los gritos.
—¡Pero a ti que te pasa! ¡Hago todo lo que puedo! No duermo, me paso horas en el hospital. Mi abuela se está muriendo Marcello.
Marcello dulcifica su rostro y se acerca a Scarlett.
—Lo sé, lo sé, me advertiste cuando te contraté. Perdona —Marcello le acaricia el cabello dejando toda atracción por ella y comprendiéndola por fin.
En el estudio el silencio, al ver un rasgo de humanidad en el director, se hace patente.
—Todos a trabajar, se acabó el espectáculo. O me hacéis el plano a la primera, o despido a la mitad del equipo —Marcello vuelve a su tono habitual y Scarlett se dirige al plató.
—Claqueta 66, “La Colina Inexistente”, acción —un muchachuelo da el golpe seco de entrada.
Scarlett, en la película, lee las cartas tumbada en la cama de su amante. La cámara va acercándose a su rostro, y las lágrimas de la actriz se funden con las letras.
En aquel mismo instante la ayudante del director se acerca y en susurros le dice:
—Lo siento Marcello, acaban de llamar del hospital. La abuela de Scarlett acaba de morir… ¿Cortamos la escena?
—No, ni en sueños Greta. Dejemos que termine.
Marcello ve como Scarlett acerca sus manos al vestido negro, en aquel momento un hombre entra en escena.
Aunque suene extraño, el director no piensa en la sensualidad de la actriz. Va rodando, pero en su mente está el olor a las naranjas que le daba su abuela cuando era pequeño.
Fin del fragmento promocional de Turismo Rural