El Grimorio

RELATO CORTO EL GRIMORIO

EL GRIMORIO

Hacía pocos días que la habían podido localizar. Su trabajo de antropóloga, en ocasiones, complicaba la posibilidad de contactar con ella.

Cuando finalmente lo habían conseguido, la noticia que le dieron, aunque era previsible, la sumió en una profunda tristeza: su abuela había fallecido hacía ya casi un mes.

Al día siguiente tomó un avión y regresó a Galicia, debía llegar a su pueblo lo antes posible. Tal vez era absurdo, ya nada podía hacer por su abuela, aquella mujer que, al fallecer sus padres en un accidente de coche siendo niña, la crio cuidándola con ternura y esmero.

Llegó a Viveiro a eso de las seis de la tarde y se fue directamente a ver a Héctor Piñeiro, el notario que era su amigo y con quién tantas veces había jugado cuando eran pequeños en casa de su abuela.

Fue a verle a su casa, se conocían muy bien y, además, era quien la había avisado y a esas horas su despacho estaba cerrado.

Después de un buen rato compartiendo recuerdos, unos más alegres otros más tristes, le dijo que su abuela se lo había dejado todo a ella: algo de dinero y la casa.

Le entregó la llave de la casa y le comentó que no se preocupara por nada que él le arreglaría toda la documentación de la herencia. Y añadió: —puedes ir a verla mañana al cementerio, está en su nicho, ya sabes, el 123.

La muchacha asintió con la cabeza y dirigiéndose a la puerta con un hilo de voz contestó: —Iré mañana mismo. No sabes lo mal que me siento por no haber podido despedirme de ella.

—Sofía, ya sabes que tu abuela era un poco bruja. Seguro que te escuchará cuando le hables. —La consoló Héctor.

Una vez en la calle se dio cuenta de que llevaba la llave de la casa en su mano, la miró y sonrió recordando a su anciana abuela y aquella vieja mansión en la que había pasado su infancia y su juventud.

RELATO CORTO EL GRIMORIO ©JUAN GENOVÉS Y ©MONTSE VALLS
RELATO CORTO EL GRIMORIO ©JUAN GENOVÉS Y ©MONTSE VALLS

Casi sin darse cuenta sus pasos se encaminaron, entre las sombras de la noche, hacia la casa que antaño fue su hogar.

El viento silbaba entre la vetusta estructura de la mansión, suspirando como un fantasma. La luna, un disco plateado en el cielo nocturno, proyectaba largas sombras que bailaban entre las destartaladas columnas.

Sofía, con el corazón latiendo en su garganta, se adentró en la casa. Tocó el interruptor para encender la luz, pero no funcionó. Tal vez la habrían cortado cuando murió. Una extraña sensación invadió su pensamiento. Uso la linterna de su móvil, aunque conocía la casa y no le hubiera hecho falta, para evitar tropezar con algo.

Su abuela, una mujer excéntrica en algunos aspectos, se había dedicado a la investigación de lo paranormal. La casa, con sus pasillos polvorientos y sus habitaciones vacías, rebosaba de una energía extraña. Sofía no creía en fantasmas, pero tenía la constante sensación de que algo la observaba.

En el salón principal, una vieja vitrina albergaba un libro encuadernado en cuero negro. Su abuela lo llamaba «El Grimorio», un libro que contenía antiguos hechizos y rituales. Sofía nunca se había atrevido a abrirlo, pero ahora, atraída por una fuerza invisible, se acercó a la vitrina y lo tomó en sus manos. El nombre de aquel libro repujado en la vieja piel de su cubierta era: “Necronomicón”.

La joven se sorprendió, siempre había creído que este nombre pertenecía a una ficción literaria usada en el relato “El Sabueso” por H.P. Lovecraft

Las páginas del libro, amarillentas y frágiles, estaban llenas de símbolos y letras en un idioma que no reconocía. Lo abrió más o menos por el medio y, sin saber el porqué, comenzó a leer en voz alta aquellas palabras que no comprendía.

RELATO CORTO EL GRIMORIO ©JUAN GENOVÉS Y ©MONTSE VALLS
RELATO CORTO EL GRIMORIO ©JUAN GENOVÉS Y ©MONTSE VALLS

Sofía sintió un escalofrío recorrer su espalda al leer el último párrafo de la página, este sí, en castellano: «Has invocado al espíritu de la noche, deberás pagar un precio por ello».

De repente, la casa comenzó a temblar. Un viento frío recorrió la habitación, apagando las velas que Sofía había encendido. La vitrina se abrió de golpe, y varios libros más junto con el libro que ella tenía en sus manos, se elevaron en el aire, flotando frente a ella.

Con un miedo que la paralizaba, Sofía sintió que algo se acercaba a ella. Una sombra oscura se extendió desde el libro, envolviéndola en un silencio opresivo. La sombra se hizo más densa, tomando forma humana. Un rostro pálido y desfigurado se materializó frente a ella, sus ojos brillaban con una luz roja.

«Has invocado al espíritu de la noche», dijo la sombra con una voz que parecía provenir de las profundidades de la tierra. «Ahora, debes pagar el precio».

Sofía retrocedió, sin poder articular palabra. El espíritu se abalanzó sobre ella, sus manos frías y huesudas se aferraron a su cuello. Sofía sintió que la vida se le escapaba, su visión se nublaba.

En ese momento, un fuerte trueno resonó en el cielo, y la luz de un relámpago iluminó la habitación. El espíritu se desvaneció en el aire, dejando a Sofía tendida en el suelo, sin aliento.

La casa volvió a su silencio habitual, pero Sofía sabía que algo había cambiado. La noche le había mostrado un rostro oscuro y aterrador, un precio que aún no podía comprender. ¿Qué había invocado? ¿Qué precio tendría que pagar?

Las preguntas resonaban en su mente, mientras la luna, ahora oculta por las nubes, proyectaba sombras inquietantes en la mansión. Sofía temía que su vida nunca volviera a ser la misma.

Aterrada salió de la casa y se fue al hotel Boa Vista. Tal vez todo había sido una mala pasada de su imaginación. Dormiría y posiblemente al día siguiente se daría cuenta que todo había sido producto de su mente.

Al día siguiente al levantarse sonrió, después de descansar estaba convencida que nada de aquello que vivió en la mansión había sido real y decidió visitar el cementerio para ver el lugar de descanso de su abuela.

Ya frente al nicho 123, comenzó a hablarle, pensó que tal vez Héctor tenía razón y ella le oiría… —Hola abuela. —dijo —siento mucho no haber estado contigo para poder despedirme… ayer estuve en casa y todo me recordaba a ti… Hojeé tu libro “Negronomicón” y me sucedió algo muy extraño —le confesó casi riendo…

De pronto Sofía palideció. La voz de su abuela había comenzado a hablarle: “No hija mía. Cometiste una imprudencia y esto deberás pagarlo. El precio es seguir haciendo mis hechizos e invocaciones desde la vieja mansión”

Acto seguido Sofía se materializó dentro de la mansión. Trató de salir, pero no pudo. Entonces, aterrorizada, entendió porque su abuela en los últimos años no salía nunca de la casa, ni siquiera al jardín.

El Grimorio – Serie Relatos Cortos – Copyright ©Montserrat Valls y ©Juan Genovés

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