Fragment of 29 de febrero

Promotional Fragment of 29 de febrero

BOOK 29 DE FEBRERO
BOOK 29 DE FEBRERO – GENRE: TERROR

Read the fragment of 29 de febrero, (in Spanish), a novel that will immerse you in psychological terror as a result of strange situations.

AUTHORS:

Montserrat Valls Giner and Juan Genovés Timoner

DEDICATED TO:

Roman Polanski, Sidney Lumet and Joseph Leo Mankiewicz.

CAPÍTULO UNO

BOOK 29 DE FEBRERO
BOOK 29 DE FEBRERO – GENRE: TERROR

Hacía quince años que no nevaba de forma apreciable en Barcelona. La Sagrada Familia, amaneció totalmente blanca y el agua del estanque de la plaza, estaba congelada.
Marta sintió un escalofrío al despertar. ¿Cómo podía haber bajado tanto la temperatura? La columna de mercurio, parecía haber desaparecido en el termómetro, a pesar de todo y con evidente desgana, se levantó de un salto de la cama y se dirigió al armario, cogió su chándal azul y se lo puso.
La calefacción se había estropeado, las cosas ya no podían ir peor. Mientras se arreglaba, Marta observó, casi sin mirar, que su imagen reflejada en el espejo era todo un poema; su aspecto le recordó la mala suerte que le había estado persiguiendo en los últimos días.
Después de cinco años trabajando en el gabinete de la renombrada psicóloga Moira Moya, a la que la gente conocía como “la psicóloga de la tele”, debido a sus intervenciones en este medio, de golpe se quedó en el paro. Aun sonaba en su cabeza el taconeo de Moira dirigiéndose a su mesita y diciéndole: “Marta, hemos de hablar”…
Marta, se quitó sus gafas y se preparó para escucharla atentamente. El brillo de sus hermosos ojos azules, delataba la contenida alegría por la noticia que esperaba oír, el merecido aumento de sueldo, que sabía que estaba al caer…
En cambio, Moira, con voz compungida le dijo: “lo siento Marta, he de cerrar el despacho. Mi madre ha muerto. Ya sabes que ella era la directora de Salus…”
Sí, Marta lo sabía, Salus, era el mayor sanatorio mental de Brasil. Su madre había trabajado muy duro para que fuera el mejor del país; además, el sanatorio tenía una particularidad, uno de sus pabellones estaba destinado a dar cobijo a los niños abandonados del Brasil “os meninos e meninas da rua”. Su madre, había nacido en Belem y toda su vida la dedicó a ayudar a los más necesitados. Allá, en su ciudad natal conoció a un catalán, Enrique, se casó con él y vinieron a vivir a Barcelona.

Un año después nació Moira; juntos vivieron años felices, hasta que el cáncer acabó con Enrique. Ella decidió volver a su tierra natal, a dirigir nuevamente el sanatorio para encontrar sentido a su existencia. Moira, a sus treinta años era feliz en Cataluña, amaba Cataluña y decidió quedarse aquí, pero le hizo una promesa a su madre: se haría cargo de Salus, el día que ella faltara. Sí, Marta conocía toda esa historia…
“Marta, han sido muchos años juntas, desearía llevarte conmigo, pero entiendo que tienes tu vida aquí, tus estudios… y a Juan”.
“Como es lógico, te daré el dinero suficiente para que estés tranquila durante unos meses.”
Tranquila. ¿Cómo iba a estar tranquila? Estaba pagando junto con Juan un piso, gastos de la Facultad y lo que era peor, sólo podía buscar un trabajo de media jornada, sino ¿cómo iba a terminar la carrera?
Por eso el trabajo de Moira, le había ido como anillo al dedo, jornada de cuatro horas, contestar al teléfono, abrir a las visitas y de paso aprender, ya que ella estaba estudiando Psicología.
Marta iba pensando en todo esto, mientras secaba su larga cabellera rubia. El ruido del secador le hizo recordar, que lo peor no era haberse quedado sin trabajo. Al día siguiente de quedarse en paro, Juan la dejó. La dejó aquel día, aunque en realidad ya la había dejado hacía mucho tiempo. La manera de acariciarla, de besarla ya no era la misma. Días de llegar tarde, días de reuniones imprevistas, días de inoportunas averías en el coche, que le retenían largas horas…
Aquel día, Juan mirando fijamente el cristal de la mesa del comedor, como si en él pudiera encontrar los objetivos de su vida; sin levantar sus ojos, sin siquiera atreverse a mirarle a la cara, le dijo: “lo siento Marta, no me siento preparado para seguir. Somos demasiado jóvenes, necesito tiempo…” y con paso inseguro, se fue cerrando la puerta detrás de él.
En aquel maldito 29 de febrero, a Marta ya no le quedaban ni lágrimas, ni esperanzas. Entre sollozos, mientras seguía arreglándose pensó que debería maquillarse los ojos. Los tenía completamente hinchados y enrojecidos. Además, en una semana, había perdido cinco quilos y con lo delgada que ya era de por sí, si seguía perdiendo peso su imagen desparecería tras el espejo.
El sonido del teléfono la sacó de golpe de sus pensamientos…
—“Dígame”…
—“¡Hey!, ¿lo has visto?, ¡está nevando! ¡Es alucinante!..”
Marta no pudo evitar esbozar una sonrisa. Era la voz inconfundible de Montse, su mejor amiga. Estaba totalmente “loca”, pero tenía la virtud de animarla, pasara lo que pasara.
Habían quedado aquella mañana para desayunar. Incluso después de haber conocido a Juan, tenían la costumbre de verse una vez a la semana. Las dos pensaban, que una relación de pareja, no tenía por qué interferir en su amistad.
Una amistad de muchos años. Y pensar que esta pelirroja era su mejor amiga… Se conocieron en octavo de básica. Marta llegó nueva al colegio y estaba aterrada. La sonrisa de Montse y los destellos de fuego de su pelo, la hicieron tranquilizar. Con el tiempo, se veían fuera del colegio, mantenían intereses comunes, el cine, el arte y sobre todo, su pasión por los animales, Marta, incluso se había propuesto ser veterinaria.
Todo aquello, se interrumpió bruscamente una noche de agosto, cuando Montse le dijo a Marta, algo que ella ya llevaba sospechando desde hacía tiempo, que le gustaban las mujeres…
Pasó septiembre, octubre, noviembre… hasta que a finales de año, la llamó por teléfono pensando, que no querría hablar con ella, pero… sucedió todo lo contrario… Fin de Año, tuvo algo especial, eran cuatro: Juan, Marta, Montse y… Marina.
Pero de esto hacía ya mucho tiempo, habían pasado casi once años, estaban ya en los veinticinco y esto formaba ya parte de las anécdotas del pasado.
Marta, sonriendo ante el micrófono del teléfono, comentó:
—“Montse, perdona pero creo que no podré quedar contigo, he pillado un resfriado y me encuentro fatal”.
—“¿Quieres que venga? Esto es que andas baja de defensas, por culpa de lo que ha pasado estos últimos días.”, dijo Montse al otro lado del hilo.
¿Por qué esa pelirroja la conocía tan bien?… Silencio tras el auricular. “¿Nos vemos mañana, Montse?”
—“De acuerdo y cuídate Marta y no olvides que hay más peces en el mar…”
¿Peces? Marta recordó, que con todo el jaleo, hacía dos días que no les daba de comer a los peces.
Mientras cogía la comida de “Fred y Ginger”, —así les había puesto Juan—, conectó la radio, desde que él se había marchado, no soportaba el silencio de la casa.
Estuvo moviendo el dial, hasta que se quedó en Radio Nacional, la voz del locutor, la tranquilizó.
Se tomó una aspirina, la resaca la estaba matando. Había mezclado tantas bebidas estos últimos días y lo peor, no había comido nada, por eso se sentía tan débil.
De pronto la voz del locutor, dejó paso a la de una mujer, era una voz extraña. Extraña, pero a la vez conocida… O tal vez lo único extraño, era aquella mañana… Una mañana en la que Marta, no tenía nada que hacer, había pensado en comprar el periódico para buscar trabajo, pero aquella voz, aquella voz especial, le hizo olvidar su propósito… También le hizo olvidar que la leche se estaba calentando… Marta estaba tan absorta, que no se dio cuenta que la leche se estaba derramando…


CAPÍTULO DOS

“¿Desde cuándo es Ud. bruja?” Preguntaba el locutor.
Tras unos instantes de silencio, la voz de aquella mujer respondió, “¿desde cuándo es Ud. locutor?” “Son preguntas bastante difíciles de responder. Creo que todos cuando venimos a este mundo, estamos ya destinados, tenemos un papel determinado y si luchamos contra ello, la vida se encarga de llevarte a un camino de retorno hacia tu destino”.
“¿Es eso lo que le pasó?” Le interpeló el locutor.
“En efecto”, afirmó ella. “Yo procedo de una familia, en la que podríamos afirmar que todos son bastante científicos, mi padre es químico y mi hermano médico, tal vez por eso al decirles lo que me ocurría, me llevaron a un psiquiatra”.
“¿Creían que estaba loca?”, le interrogó.
“Pues sí, y eso cuando eres pequeño te confunde. La primera vez que le conté a mi madre lo que había visto, enseguida me di cuenta de que si la mujer que me había traído al mundo no me comprendía, difícilmente me entenderían los demás”.
“¿Qué es lo que vio?”
“Ciertamente no fue nada agradable”. “Vi el derrumbamiento de una casa en el Paseo de Gracia, niños pequeños gritando, una mujer embarazada con una herida en la cabeza. Y por encima de todo, pánico, horror y sangre, mucha sangre”.
“¿Su madre, hizo algo al respecto?”
“En absoluto, no creyó ni una sola palabra”. “Las visiones, se fueron repitiendo cada vez con mayor intensidad y mi madre en lugar de escucharme, me cambió a un colegio religioso. Pensó que esto me ayudaría liberándome de algún tipo influencias inadecuadas, que ella achacó al anterior colegio”.
“¿Se derrumbó aquella casa?”
“Si, hubo cincuenta muertos. Cincuenta personas, que tal vez si mi madre me hubiera escuchado, estarían vivas”. “Posiblemente Ud. lo recordará, porque más o menos tiene mi edad. Se trata de aquella casa que se desmoronó, justo al lado de La Pedrera”.
“¿Y si yo le dijera que no me creo nada de todo esto?, ¿que no tiene Ud. ninguna prueba?, ¿qué me diría?”
“Bueno, pues aunque no es mi costumbre, para demostrarle que no miento, dejaré ahora mismo en silencio todas las emisoras.”
La risa del locutor, se desvaneció de repente… Sólo el silencio…
Marta, terminó de tomar el vaso de leche y las galletas que se había preparado. Apoyada en la cocina americana, observaba la luz que entraba a raudales por el ventanal. La verdad, es que la casa le parecía preciosa, el suelo blanco, la luz que generosamente siempre inundaba el apartamento y que hoy, además, con la visión de la nieve, tenía un cierto toque mágico.
Se levantó para cambiar el dial, pensando: “estos de la radio ya no saben que inventar, para ganar audiencia”.
Probó a poner otra emisora, Onda Rambla, pero tampoco transmitían… Marta, siguió cambiando de emisoras, pero de ninguna frecuencia, surgía señal alguna… Pensó, las pilas, seguro.
Se acercó a un cajón y cogió unas pilas nuevas. Siempre tenía repuesto, Marta, no podía vivir sin la radio. Sobre todo por la noche, ahora que el cuerpo de Juan no estaba al lado de su almohada… Al cambiar las pilas, se dio cuenta de que seguía sin funcionar… Volvió a poner Radio Nacional y al cabo de unos minutos, la voz del locutor, la sacó de su estupor…
“Señores oyentes. Debido a un problema eléctrico, totalmente ajeno a nuestra voluntad, se ha producido un fallo en el repetidor, que nos ha dejado sin emisión durante unos minutos. Rogamos disculpen las molestias, etc., etc…” “Y seguimos con nuestra invitada. Nos gustaría, si Uds. lo desean, que llamaran ahora y le formularan una pregunta, sólo una, a la que ella les responderá…”
Que originales, pensó Marta. Estamos en un momento en los medios de comunicación, en que todos los programas son iguales… alguien llama, cuenta su vida y el locutor cobra a fin de mes…
La voz de aquella vidente, interrumpió los pensamientos de Marta, dejándola totalmente sorprendida al decir:
“No quiero que las personas que llamen me cuenten nada. Les diré como son físicamente y les diré algo de su pasado como referencia, antes de decirles algo de su futuro…”
“De acuerdo”, dijo el locutor con tono escéptico. “Aquí tenemos la primera llamada. Díganos su nombre por favor”.
La oyente, no tuvo tiempo de responder, la voz de aquella extraña mujer, se anticipó con una entonación que evidenciaba su seguridad: “Se llama Blanca, sus ojos son verdes y tiene un lunar en la frente. Es bajita y esto la acompleja. Fue drogadicta a los quince años y teme recaer. Blanca, no se preocupe, porque esto no sucederá.”
El locutor, estupefacto, con voz abrumada se dirigió a la oyente: “¿te llamas Blanca?”
La muchacha, respondió afirmativamente, pero ya no pudo decir nada más, entre sollozos, dio las gracias y colgó.
Marta, empezó a interesarse por el montaje que estaban haciendo en aquel programa. Le pareció algo interesante desde el punto de vista psicológico.
Durante un cuarto de hora, siguió escuchando llamada tras llamada, al final sin ya prestar demasiada atención. Pensó, que todo eran llamadas preparadas, eso sí, con mucha imaginación, pero sin duda preparadas… A pesar de todo, aquella voz seguía atrayéndola, tenía algo muy especial…
Sin dar mayor importancia al tema, empezó a vestirse abrigándose bien. Jersey de cuello alto, pantalón acolchado y las botas.
A punto ya de salir se dirigió a apagar la radio, cuando oyó una voz que la sobresaltó.
“Si, un momento por favor” murmuró el locutor.
“Te llamas Montse, eres pelirroja, ojos negros y en el pasado te sentiste mal al no aceptar tu condición de lesbiana, ahora estás bien y has encontrado el amor con una chica llamada Marina”.

Fue en aquel momento cuando Marta comprendió, que no se trataba de ningún montaje y aunque resultara casi increíble, aquella mujer tenía sin lugar a dudas un poder especial.
¿Y por qué no?, su abuela era gallega y en muchas ocasiones le había hablado de las meigas. La leyenda, aún vigente en la actualidad, cuenta que eran mujeres ancianas que habitaban en pueblecitos recónditos de Galicia, y utilizaban sus conocimientos sobre las hierbas, para curar cualquier enfermedad de los lugareños, que acudían a ellas.
Marta recordó como su propia abuela preparaba brebajes, recogía hierbas y hacía conjuros. Incluso había utilizado una de sus pócimas con el abuelo de Marta. Diluía en el café, en las salsas y en cualquier comida que tomara su marido, una infusión de flores de geranio. Ella alardeaba de que aquel matrimonio perfecto era debido a su pócima…
Pero, tal vez las leyendas no eran leyendas y el espejo de Alicia existía.
Marta, apagó la radio y después de cerrar la puerta de su casa se dirigió al ascensor. Pensó, mientras pulsaba el botón para bajar los diez pisos que la separaban de la calle, que sería interesante conocer a esa vidente. Conocer que había detrás de aquella voz…
Saliendo del ascensor, un botón de su chaqueta se desprendió…

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