Fragment promotionnel du Casas Apareadas
Lisez le fragment du Casas Apareadas, (écrit en espagnol)
, un roman qui vous plongera dans la terreur psychologique résultant de situations étranges :
AUTEURS:
Montserrat Valls Giner et Juan Genovés Timoner
DEDICADO A:
A todos aquellos a los que les gustaría ver su obra publicada.
NOTA DE LOS AUTORES
Queremos deciros que toda esta obra es completamente de ficción… La mayoría de las cosas son producto de nuestra imaginación, pero estamos seguros de que algunas pueden resultaros familiares.
A lo largo de algunos años, nos hemos relacionado con diversas editoriales, editores y agentes literarios, queremos darles las gracias a todos, ya que sin su concurso no estaríamos aquí. Sin ellos, esta obra jamás se hubiera escrito.
CAPÍTULO UNO
Las casas apareadas son todas iguales. Si las miramos desde las alturas así lo parece, pero si nos acercamos, todas son distintas.
Las diferencias son imperceptibles para la mayoría. Pero si nos fijamos, esas casitas blancas, todas pegadas como si escucharan tras las paredes, nos acaban descubriendo quien las habita.
Laura entra en la casa llevando su última caja de libros. Ahora se arrepiente de haberse ido de la ciudad pero no se lo puede decir a su marido, tras haber insistido durante dos años en que quería tranquilidad.
Cuando ella vino a ver por primera vez la casa era de día. Pululaban personas por la calle charlando, jóvenes con patinete a toda velocidad, ancianos con la compra. Pero ahora, de noche, esas casitas blancas daban escalofríos.
Claude había ido a pasear a Chas. Su perro miniatura, como lo llamaba él. Decidieron adoptar un perro muy pequeño para poder viajar con facilidad en avión.
Laura sale a la calle para buscarlos. La poca luz hace el silencio aún más terrible. Su orientación es nula pero como las calles llevan nombres de pintores va fijándose en los números y nombres para no perderse. Sólo se oyen sus tacones a medida que se aleja de la calle Klimt nº 13, la casita que han comprado.
De repente una de las farolas se apaga.
Laura empieza a respirar agitadamente a la vez que intenta gritar:
—¡Chas, Claude!
Al no recibir respuesta mira en su bolsillo para coger el teléfono y llamarle. No hay señal.
Sigue caminando, ahora ya aterrorizada, pensando en su ciudad que a estas horas estaría llena de gente para ayudarla. Aquí, ni un alma.
Decide volver a casa pero entonces se desorienta. Siempre le pasa cuando se pone nerviosa. Pierde la orientación pero suele llegar a los sitios por su memoria fotográfica. Aquí es imposible porque todas las casas son iguales, las calles, los números.
Una serie de casas aparecen como enemigos disfrazados y no la ayudan a volver. Todo lo contrario, la engullen en un nerviosismo inexplicable. Al fin y al cabo son hileras de casitas, no un barrio peligroso.
Una mano con olor a perfume le roza la espalda.
Laura siente que el corazón se le detendrá en aquel mismo momento. No se atreve ni a girarse. Cuando te aterrorizas te quedas petrificado esperando que haya una señal de que aquello no está sucediendo.
De repente, alguien habla detrás de esa mano y Laura vuelve a recuperar la respiración.
—Disculpe ¿se ha perdido? ¿Puedo ayudarla?
Laura observa a la mujer anciana pero atractiva que la sonríe con aire interrogante.
—¡Oh si, perdone! Estaba buscando a mi marido. Ha salido a pasear a nuestro perro y al ser la primera noche aquí, me temo que me he desorientado.
—Es fácil, no se avergüence, a todos nos ha pasado el primer día sobre todo si llegamos de noche.
—¿Me puede acompañar? Soy incapaz de ver ni siquiera el nombre de las calles.
—¡Claro que sí! ¿En qué calle vive?
—Klimt nº 13.
—Estamos cerca. Yo vivo en la de al lado, en la de Durero.
La anciana empieza a andar de manera ligera sin esperarla. Laura la sigue con dificultad, sorprendiéndose de la buena forma física de su vecina.
De camino ven a Claude distraído mirando la luna y Chas que está olisqueando unas rosas.
—Creo que ya hemos encontrado a los fugados —la anciana toca el hombro de ella tranquilizándola.
Laura se acerca corriendo a su marido y Chas se lanza saltando a sus piernas con alegría.
—¿No estabas deshaciendo cajas?
—Estaba harta ya. Me he perdido. Pero esta señora me ha ayudado. Perdone, soy una maleducada ¿cómo se llama?
—Alma. Vivo en la calle de al lado de ustedes. Me alegro de conocerles. Esto en invierno está muy solitario por las noches.
Claude saluda a la anciana estrechándole la mano. Chas la olisquea.
Laura se despide de la mujer agradeciéndole de nuevo su atención. Luego coge a Chas en brazos y se dirige al interior de la casa junto a Claude.
La farola estropeada vuelve a funcionar. Una polilla se siente atraída por la luz y baila alrededor.
CAPÍTULO DOS
Alma, después de dejar a la nueva pareja, pasea un poco en la penumbra. Enciende un cigarrillo bajando por su calle muy lentamente, de esta manera podrá terminar de fumar sin que su marido la pille.
Dejó de fumar hace dos años pero lo sucedido últimamente la ha hecho recaer.
Si su marido lo supiera la mataría. Se dejaron dinero en psiquiatras, psicólogos y, al final, uno que realizaba hipnosis la ayudó. Alma había tenido enfisema pulmonar y si seguía fumando le dijeron que un cáncer la fulminaría.
Pero no podía evitarlo. Cuando encendía el cigarrillo se calmaba.
De repente observa que al final de la calle la está esperando su marido Glenn. Ella, rápida de reflejos, apaga el cigarrillo en una pared.
Glenn se aproxima a ella en la oscuridad sonriendo.
—¿Dónde estabas? Estaba ya padeciendo.
—Haberme llamado.
—Ya sabes que en esta urbanización casi nunca hay cobertura.
—Estaba acompañando a una joven que se había perdido. Parece que se han mudado aquí. Tienen un perro pequeñito y ella parece muy despistada.
—Bárbara está en casa. Te ha traído una nueva novela.
—¿A estas horas?
—Tú la animaste. Eres agente literaria y le dijiste que escribía bien.
—Se lo dije porque cobro por leer.
—¿Quieres decir que no es buena?
—No lo sé. Ya no sé lo que es bueno ni malo Glenn. Estoy harta de historias y más historias. Todas me parecen iguales.
—Déjalo.
—No podemos. Tú eres editor y todas tus novelas han sido un desastre comercial.
—Cierto.
—Ánimo, vamos a ver a Bárbara. ¿La has dejado sola en casa?
—¿Por qué no? Cuando llegó le dije que no estabas y salí a buscarte. No nos va a robar la vajilla.
Glenn coge dulcemente por los hombros a Alma y le parece oler a tabaco.
—¿Has fumado?
—No, la mujer que acompañé a su casa estaba fumando. Supongo que es lo que hueles.
—Me lo prometiste…
—Confía en mí, Glenn.
Su tono es bajo. Se siente culpable y decide por enésima vez no volver a fumar.
Entran en la casa y encuentran a Bárbara mirando la tele. En sus manos hay unas hojas. Alma les exige a sus escritores que le traigan o envíen sus novelas en papel. Odia el ordenador aunque Glenn siempre la esté criticando por eso. Es su rebeldía a ir contra los tiempos que corren.
—¡Hola Bárbara, querida!
Alma ha cambiado la cara y el tono. Se muestra alegre y pizpireta con la joven que la ayudará con el dinero del mes.
La joven, con sus 29 años cumplidos aún tiene esperanza de triunfar. Cree que es una gran escritora y Alma desde su larga experiencia sabe que es mediocre.
Glenn les sirve bebidas a las dos y se retira a su despacho.
Bárbara le deja las hojas de su novela más reciente y Alma da dos sorbos de Vodka antes de contestarle alguna tontería a la joven esperanzada.
—Original título: “La calma antes de la tempestad”.
—¿Te gusta, Alma?
—Sí, tiene fuerza.
—¿Sabes? Estoy muy contenta de haberte conocido. Cuando llegué aquí estaba harta de que nadie me hiciese caso con mi escritura. Fue una suerte conocernos. Al escribirte y decirme que vivías aquí no me lo podía creer.
—Sí, fue maravilloso. Además ahora somos amigas.
Alma oye a su marido en el ordenador y sigue hojeando la novela de Bárbara. Está mejor escrita que la primera, de eso no cabe duda. Incluso parece que la haya escrito otra persona.
—Bueno, te dejo tranquila. Quería invitaros a cenar mañana. Marc hará uno de sus risottos.
—Nos encantará ir, Bárbara.
—Creo que ha llegado una pareja nueva ¿verdad?
—Sí, ¿cómo lo sabes?
—Al salir a pasear a Max se cruzó con un perrito llamado Chas. Su dueño me comentó que acababa de mudarse con su mujer. Es muy atractivo.
—Sí, me lo pareció, hace un rato le conocí. Se parece a Robert Redford cuando era joven.
—¿Dices que les conociste? ¿Cómo es ella?
—Despistada. Insegura. Pero preciosa.
—Vaya, no tengo esperanzas pues.
Bárbara se dirige a la puerta, no sin antes preguntar a Alma.
—¿Les invito también a la cena?
—No veo porque no. Si es tan preciosa…
El que contesta es Glenn que la acompaña a la puerta para abrirla.
—Tú siempre de broma Glenn.
—A mis 70 años ya sólo me quedan mis libros y mi sentido del humor.
Alma se levanta y deja las hojas de la novela en una mesa de caoba. Se une a ellos para despedir a Bárbara. Al abrir observan que está empezando a nevar.
—Es una ventaja vivir tan cerca. ¡Mira, tu marido!
Glenn se adelanta a saludar a Marc. Ha venido a buscar a Bárbara con un paraguas. Alma le saluda y le agradece la cena de mañana.
—Hasta mañana pues, pareja ¡Buenas noches!
Alma se queda mirándoles envidiándoles su juventud. Esos años en que tienes tiempo de equivocarte, acertar, volver a equivocarte y cambiar. O no.
Glenn y su mujer cierran la puerta.
Afuera el silencio es sepulcral. El roce de los primeros copos de nieve con las hojas de los árboles hace que quede evidente la llegada del invierno.
Una época en que la urbanización queda desierta.