Fragment Promotionnel du Vestid Vestid Malditos
Lisez le fragment du Vestid, Vestid Malditos, (écrit en espagnol), si vous n’avez pas encore lu Collective Suicide, nous vous dirons qui est Itami, et nous vous présenterons également Michael, Svetlana, Cathy, Liv, Roger et Pièrre, le groupe d’amis qui, au départ, était en 2007, se sont réunis pour se suicider. Maintenant, dans un avenir inventé, plus précisément en 2020, ils vivront une nouvelle et effrayante aventure, dans le monde cruel et austère de la mode…
FRAGMENT DU VESTID, VESTID, MALDITOS (écrit en espagnol)
AUTEURS:
Montserrat Valls Giner et Juan Genovés Timoner
FRAGMENT DU VESTID VESTID MALDITOS (écrit en espagnol)
INTRODUCCIÓN
En el otoño del 2013, la colección de alta costura de Chanel fue un éxito rotundo. Las lentejuelas, plumas y nácar se extendieron por todas las callejuelas de París, rozando los labios de las mujeres francesas y dejando una bruma de rosas grises plateados.
Pero todo esto pasó hace siete años.
Berlín, año 2020.
Ya no hay monarquías en Europa, los cines han dejado de existir y para leer libros en papel has de ir a lo que ahora llaman bibliomuseos.
Pero, eso sí, la moda sigue dominando nuestras vidas de una manera sádica y cruel.
IRINA
Para los que no me conozcáis, soy Irina. Cathy y Samson me adoptaron cuando tenía dos años. Mi verdadera madre, de nacionalidad rusa, me abandonó en un orfanato de Moscú.
He de reconocer que tuve suerte. Ahora soy adolescente, dicen que guapa; por eso estamos en Berlín. Mi madre presentará su colección de moda transparente, y Hanna —la mujer más importante en el mundo de la moda actualmente—, a cambio, me dará una oportunidad para desfilar.
Mi sueño. Todo parece perfecto, ¿verdad? Lo sería si no fuera por un pequeño problema que no le he dicho a nadie: soy anoréxica.
Llevo unas botas con tacón de cristal y un vestido transparente, obra de mi madre y de Sve. Un sombrero tapará mis ojos —será una ventaja, ya que mis ojeras rivalizarían con las de un muerto.
La canción Love Long Distance está llegando a su fin, por lo cual Klara, otra de las modelos, debe de estar terminando su pase. Tengo que darme prisa si no quiero que se den cuenta de lo que me ocurre.
Termino de vomitar en el lavabo y paso por mi rostro lo último en maquillaje automático: Color y Olor.
Hanna se acerca a buscarme para salir a la pasarela. Es mi debut, así que ella me acompañará hasta el final
Suena estridentemente Ein Sturm y salgo tambaleante temiendo que el frágil tacón se haga añicos, pero, sorprendentemente, todo sale bien. El público se levanta en una gran ovación, y los robophots a nuestro alrededor no paran de fotografiarnos.
Atisbo, aunque con dificultad, a mi madre, así que me saco el sombrero y me acerco a ella, dejando a Hanna y a mis compañeros. Mis quince años se envuelven de cabello rojo y ojos verdes de Irlanda. Michael, a nuestro lado, sonríe con complicidad.
Por desgracia, Sve me dice con señas, de lejos, aquello de «hemos de hablar». Mi cabello rubio se vislumbra en la pasarela. Una hebra muy fina, casi imperceptible, abandona mi cabellera. Y yo sé muy bien por qué, pero mis ojos azules sonríen a las cámaras, como si no ocurriera nada.
Miro el reloj para saber cuánto tiempo me queda para poder volver a vomitar. Como dice Roger, he nacido para ser modelo, aunque Liv no esté de acuerdo. Mientras, Samson tararea la canción alemana como si entendiera la letra.
CAPÍTULO 1 – ¿POR QUÉ ESTAMOS EN BERLÍN?
La avenida más animada de Berlín es la Kurfürstendamm. A pesar de la Segunda Guerra Mundial, del Muro y de la crisis económica europea, ella sigue allí, impertérrita, desafiante como si se riera de Hitler, del euro y de las muertes acaecidas a raíz de la Guerra Fría.
ITAMI
Dejemos atrás edificios de cristal y adentrémonos en el café Möhring. Ahí, en una mesa grande de mármol, están todos. Bien, todos no. Yo fui estúpido y me suicidé… Aunque sigo aquí, acompañándolos en este viaje, ya que quiero ver qué les ocurre. Sí, ya sé, Kazuzo me dice que nos vayamos, que ya es hora. Entiendo que tiene razón, pero como el tiempo aquí es tan relativo, la he convencido para que esperemos treinta segundos, lo que en la Tierra equivaldría a tres meses.
Para los que no vinisteis la otra vez haré un recordatorio. Para los conocidos, bienvenidos otra vez: sigue siendo un placer, aunque hayáis cambiado.
En fin, mi nombre es Itami, y la mujer de sonrisa perenne que está a mi lado es Kazuzo. La perrita que juega con ella al lado de mi abuela es Nana. Tenemos una cosa en común: nos adoramos. Ah, me olvidaba, y eso es aún más importante: los cuatro estamos muertos.
Cuando me suicidé, en el 2007, mi novia Kazuzo no pudo soportarlo y se tiró al metro de Tokio. Su piel de nácar se confundió con las vías. Y un poco más lejos, en el barrio de Tanaka, mi abuela se degolló con un cristal. Aquel día llovió sangre en Japón, ya que esa viejecita —aunque está mal que yo lo diga— era una de las personas más buenas del mundo.
En fin, llegamos aquí y nos encontramos con Nana, la perrita que yo había tenido de pequeño. Su pelo seguía suave, al igual que su mirada.
Acompañadme hasta la mesa del café Möhring. Ellos no pueden verme, pero vosotros sí.
La mujer rubia que está comiendo sopa de patatas es Liv. Sus ojos azules siempre están llenos de esa sabiduría que da la edad. Se enfrentó a un marido homosexual que la utilizó de tapadera, a un amago de infarto y a un enamoramiento cuando dicen que las hojas ya han caído. Las suyas, por la manera de mirar a Marcello, su marido actual, dudo que sigan estando la próxima estación.
Al lado de ellos se encuentra Roger. Está loco por Svetlana —Sve, como la llaman todos—. Este adolescente pasó de enamorarse de su hermana a volverse loco por Cathy, para acabar en los muslos suaves y tiernos de Sve. Yo nunca los probé, pero me los imagino así. Por cierto, Roger también ha superado dos muertes: la de su gemela Judith y la de su mejor amigo, yo. Los dos nos fuimos voluntariamente sin esperar a la parca.
Sve comparte una sopa rusa con Roger, supongo que por nostalgia de Moscú. Por muy mal que nos haya tratado, nuestra tierra es la raíz de nuestras venas: no se va aunque la sometas a la memoria del olvido. Han pasado los años y Sve sigue siendo preciosa, vulnerable y con un cierto toque cándido. Ella perdió a sus padres de pequeña; fueron asesinados por la mafia rusa. Por suerte le queda un hermano, Alexey. Sigue vivo, pero prefirió quedarse en Venecia, no ha querido venir a Berlín.
El hombre que está cortando un filete tártaro es Michael. Entre charla y cerveza mira su móvil intentando contactar con su esposa; pero Wendy — la adorable Wendy que se enamoró de mis cuadros— no llamará ni esta noche ni nunca más, aunque él todavía no lo sabe.
Mientras el camarero sirve el cava, desliza su mirada por el escote de Cathy. A pesar de que ya no cumple los cuarenta, no hay mujer más bella ni en el restaurante ni en Berlín. El conjunto de sus ojos verdes, su cabello rojizo y, ¿por qué no?, el haber matado a sus padres y a su tía aumentan su atractivo, y en eso está de acuerdo el hombre de color que hay a su lado: Samson. Él es el responsable de que hayamos venido todos a Berlín. Adoptó a Irina cuando ella solo tenía dos años para hacer feliz a la que ahora es su mujer.
La moda, así como antes se ubicaba en París, Londres, Nueva York, ahora ha dado un giro: si quieres llegar a algo en este mundo de vestidos y bufandas, tienes que venir a la patria de Beethoven, Sebastian Madsen o Diane Kruger.
Bien, en todas las historias, como en nuestras vidas, hay personajes que siempre están: Sve, Cathy, Liv, Michael, Samson. Los mismos que conectaron en el 2007 por Internet respondiendo a un anuncio de suicidio colectivo, que por cierto puse yo.
Ahora os presentaré a los nuevos personajes, que no sé si son buenos o malos —eso deberéis juzgarlo al final de la novela—. Aunque, si os soy sincero, yo creo en lo que decía el filósofo Ortega y Gasset: el hombre es él y sus circunstancias. Porque todos somos de una manera dependiendo de lo que nos rodea, ¿o no?
Os presento a Hanna, cuarenta años, morena, ojos azules y con una sonrisa que derrite los helados. Ella es la mujer más importante en Berlín en cuanto a moda se refiere. Lo que ella dice que se ha de llevar al día siguiente inunda todas las calles de Europa, en las mujeres, en los hombres y, especialmente, en los adolescentes.
Su madre, Magda, aparecerá después en el café; es copropietaria de la empresa, pero deja que su hija coja a nuevos valores, como Cathy y Svetlana, para poder seguir dedicándose a lo que le gusta: ser modelo a pesar de su edad.
Hay más, pero quiero que los demás los vayáis descubriendo vosotros solos.
Ya he hecho las presentaciones. Ahora, ellos irán desgranando sus historias, presentes, pasadas y, sobre todo, futuras. Yo, si me lo permitís, volveré al final, dentro de treinta segundos —es decir, lo que será para vosotros y para ellos tres meses—. Como dirían en Venecia: arrivederci.
MICHAEL
El café Möhring está abarrotado, y como se vuelve a dejar fumar en los locales, nos hallamos todos embebidos de niebla, dudas e incertidumbre. A pesar de ello, estamos contentos: todos hemos venido a Berlín con un objetivo.
Hanna intenta que todos nos sintamos cómodos y conquistarnos con las especialidades alemanas y su atractivo, lleno de mar en sus ojos y oscuridad tenebrosa en su cabello y sus gestos. Su voz es susurrante.
—Os he hecho traer pastel de cereza, de crema de avellanas y de queso. Es lo típico de Berlín. Los alemanes solemos poner nata por encima.
—¡Delicioso! ¡Marcello, has de probarlo!
—¡Mamma mia! No lo puedo probar todo. Piensa en mi colesterol, Liv.
—Marcello, ella tiene razón. ¡Esto está de puta madre!
—¿No te pones nata, Roger?
—Si no te importa, Sve, la nata me la llevo a la habitación para luego…
—Perdón, no les sigo. ¿Tienen algún problema con la tarta? Mi inglés no es tan rápido.
—Nada, Hanna, nada importante. Estos, que son unos calientes mentales.
—Gracias, Cathy, creo que ahora ya les sigo. El humor inglés es difícil.
—No, si Roger es catalán.
—De l’Empordà, senyora.
—Eso está en Girona, ¿verdad?
—Exacto, ¿lo conoce?
—Estuve en Palafrugell cuando era pequeña, con mis padres. Por cierto, llámame de tú, no soy tan mayor.
—¿Tus padres viven en Berlín?
ROGER
Me importa un carajo si sus padres viven en Berlín o en Estambul, pero ella paga la comida y la estancia, así que mostraré interés. La verdad es que con su cabello moreno y sus ojos azules, ese rostro —si le anulamos arrugas y cansancio— es atractivo. Observo de soslayo a Michael: está mirando el móvil como si le fuera la vida en ello.
—Mi padre murió y mi madre…, bueno, hoy la conoceréis. Le he dicho que se pase por aquí a tomar el café.
—Tengo entendido que tu madre es una de las modelos más, digamos…, longevas en esta profesión, y disculpa si no acierto con el adjetivo.
—El adjetivo es perfecto, Samson. Magda lleva más de cincuenta años en la profesión. Y eso que de joven le decían que era demasiado alta y delgada. Las modelos en aquella época no eran tan delgadas. ¿Cómo es que la conoces? Perdona, pero me da la impresión de que no te importa en absoluto la moda y de que has venido a acompañar a Cathy.
—Punto uno: te equivocas, me interesa todo lo bello. Soy fotógrafo, por eso conozco a tu madre. En su rostro se demuestra que la edad es una opción más de embellecer. Segundo: Irina es nuestra hija, e iré adonde vaya ella; por lo menos hasta que sea mayor de edad. Y ahora, si me disculpas, voy a buscar a Irina al servicio, que está tardando demasiado.
CATHY
Esta mujer es idiota. ¡Mi marido ha ganado un Pulitzer y ni le conoce! Bien, respira hondo, Cathy. Lo que nos van a pagar por nuestra ropa será el cuádruple que en otra ciudad europea. Además, Irina pasará tres meses con unas, digamos…, «mentoras» que la pueden introducir en el mundo que ella desea. Sonrío y le paso la tarta de queso a Hanna, que aún está estupefacta por la reacción de Samson. Veo sus dientes blancos engullendo la tarta y recuerdo la que hice para mi padre cuando le envenené con guarnición de sobredosis de Rohipnol.
Hanna, con sus ojos penetrantes, se dirige a todos, intentando entender por qué Samson se ha levantado de la mesa súbitamente.
—Perdón, ¿por qué se ha ofendido?
—¡Mamma mia! Señora, está claro. Samson es uno de los mejores fotógrafos del mundo. Es como si alguien hubiera venido a mi restaurante de Venecia y no supiera qué es una pizza.
—Hay algo más, Marcello.
—¿A qué te refieres, Roger?
—Ahora que él no está os lo digo. Odia los robophots. El hecho de que ahora en los desfiles de moda no puedan entrar fotógrafos y utilicen esas máquinas con sensores… Vamos, hablando en plata: le toca los huevos.
—Si es por eso, él tiene permiso para fotografiar siempre que quiera la ropa diseñada por Cathy y Sve.
—Te lo agradezco, Hanna.
—No tienes que agradecerme nada, Cathy. Vuestra ropa es innovadora y sorprendente.
Sigo con mi sonrisa falsa, pero Liv me acaricia con la mirada y me calma. Liv es como la madre que nunca tuve: serenidad en las tormentas de arena. De pronto, en mitad de este ambiente tenso, se acerca Irina sin Samson. Parece un poco despeinada y juraría que tiene una mancha verduzca en la comisura de sus labios.
—Disculpas a todos, no me encontraba bien. ¿Me he perdido algo?
—Nada, tía, tu padre se ha cabreado porque Hanna no le ha conocido y Marcello ha comparado sus fotografías con los calzoni.
IRINA
Me parto con Roger. A veces hasta siento cierta envidia de que sea pareja de Sve. Cojo una servilleta para arreglarme el maquillaje: creo que se ha esparcido un poco al llegar Samson de golpe, aporreando la puerta del lavabo mientras estaba vomitando.
—Me ha dicho Samson que le disculpéis. No tomará café porque se va a la cama. Ahora entiendo el motivo.
De pronto, el móvil de Michael suena muy alto. Él lo coge ansioso, y entonces entra en el café la criatura más extraña que he visto en mi vida.
—¿Quién es, mamá?
CATHY
No tengo tiempo de contestar a mi hija ni de oír la conversación de Michael. Solo puedo ver a una mujer muy alta, en todos los sentidos, acercándose a mi hija.
—Soy Magda, y tú debes de ser Irina, ¿verdad, querida?
Saluda a mi hija, pero me taladra con sus ojos. Michael, de improviso, da un golpe seco a su taza de café y el vestido de Liv, antes blanco, ahora adquiere la tonalidad de la noche oscura en que nos vamos a sumergir todos…
MAGDA E IRINA
IRINA
La cena ha terminado inesperadamente y nos hemos ido al hotel. Michael se ha encerrado en su habitación con un tal Richard, que no tengo ni idea de quién es. Mi madre y Sve se han quedado en una sala de reuniones para hablar de los contratos con Hanna. Liv se ha ido a dormir con Marcello, no sin antes dejar el encargo en la tintorería del hotel de reparar la desgracia que le ha hecho el café en el vestido. Y Roger se ha ido con Samson a ver Berlín. Me hubiese gustado acompañarlos, pero Magda quería hablar conmigo y la verdad, aunque esta ciudad alemana me impacta, esta mujer de unos… setenta años —no lo sé a ciencia cierta— me atrae como si se tratara de una escultura de Henry Moore.
El espejo del bar me devuelve mi imagen joven, todavía sin hacer, quizás, y a mi lado, Magda, con su seguridad y su saber estar. Me pregunto si seré como ella cuando sea mayor.
Magda ha pedido dos copas para nosotras e intenta, por la manera en que me observa tras su copa de cristal, hacerme una radiografía visual.
—Siento que la cena no haya sido de vuestro agrado, querida.
—¡Qué va! Simplemente es un grupo que cuando no les pasa una cosa, les pasa otra.
—¿Es que vivís todos juntos?