No Hay Enemigo Pequeño

RELATO CORTO NO HAY ENEMIGO PEQUEÑO

NO HAY ENEMIGO PEQUEÑO

Paquito hacía poco que había cumplido cinco años. Aquella mañana se levantó contento y con ganas de ir al colegio. El maestro les había dicho que les contaría una historia de un joven que derrotó a un gigante y que, debido a esta historia, se había acuñado la frase “no hay enemigo pequeño”.

Sus padres Jesús y Laura tenían una economía bastante aceptable y como estaban preocupados por la pérdida de valores, que les parecía detectar en la mayoría de niños, habían decidido llevarle a un colegio de una orden religiosa.

Estaban convencidos de que allí se tomarían más en serio el tema de la educación y los valores que en otras escuelas. Por otro lado, cuando fueron a inscribirle, les habían asegurado que no se hacía ningún tipo de proselitismo religioso.

NO HAY ENEMIGO PEQUEÑO
NO HAY ENEMIGO PEQUEÑO. IMAGEN: ©FREEPNG

Eso sí, en algunas ocasiones si les parecía que podía ser útil para la formación de los pequeños, podían usar algún pasaje de la Biblia. Generalmente relatos que pudieran captar la atención de los pequeños e infundirles a los pequeños algún tipo de enseñanza. 

Lo cierto, es que desde que Paquito había empezado a ir al colegio, estaba contento y decía que se lo pasaba bien allí, tanto con los maestros como con sus compañeros. Incluso un día, emulando a los mayores, había dicho que, en el cole, había muy buen rollo.

La hija de unos vecinos de la escalera, una niña de doce años, iba también al mismo colegio y Laura había quedado con ella y, naturalmente con sus padres que, cuando ella se iba a trabajar dejaría al niño, para que Marta –así se llamaba la pequeña– lo llevara al colegio. A cambio le darían una pequeña compensación económica cada semana.

Aquel día Paquito, por el camino, le contaba a Marta que el maestro les iba a contar como un niño venció a un gigante. Marta le dijo que a ella también se la habían contado cuando era pequeña y que le pareció interesante.

Una vez en el colegio, Marta dejó a Paquito en su clase y se fue a la suya. Momentos después, todos los pequeños dieron los buenos días al maestro y se sentaron esperando que les contara la historia que les había prometido.

Éste comenzó su relato:

—“Hace mucho, mucho tiempo, muchísimo antes de que los tatarabuelos de nuestros tatarabuelos hubieran nacido, había dos pueblos enfrentados en continuas batallas. Eran los filisteos y los israelitas.

En una de estas guerras, cada uno de estos pueblos había montado su campamente en un monte opuesto al otro, dejando un valle entre medio de ambos.

El ejército de los filisteos, entre sus guerreros, tenía a un hombre muy grande. En realidad, era un gigante al que todo el pueblo de Israel temía, tanto por su fuerza descomunal como por su habilidad manejando la espada.

El gigante cada mañana y cada tarde durante 40 días, humilló a los israelitas retándoles de viva voz a un combate singular con cualquier hombre que se atreviera. Su voz atronadora decía: «¡Yo desafío hoy al ejército de Israel! ¡Elijan a un hombre que pelee conmigo!»

Ningún hombre de Israel se atrevía a aceptar el envite del gigante y el miedo entre ellos era cada vez mayor. Cuando le veían con su armadura de bronce, casco y protecciones en las enormes piernas. Usaba una coraza de cincuenta y cinco kilos. Además de la espada tenía una jabalina y una lanza con punta de hierro. Tanto Saúl –el rey de Israel– como su ejército estaban consternados y llenos de pavor.

Finalmente, después de 40 días de humillaciones, David, un joven pastor de ovejas –casi un niño– que no podía entender como ningún guerrero se había enfrentado a Goliat, decidió presentarse a Saúl como voluntario.

El rey quedó sorprendido al ver a un niño ofrecerse voluntario y trató de disuadirle, pero el muchacho dijo que estaba acostumbrado a luchar con las fieras para defender su ganado y que no temía a aquel gigante. Saúl tuvo que aceptarle.

Una vez ya de acuerdo, David se acercó al río y, cuidadosamente, eligió cinco piedras planas y las guardó en su zurrón.

Se enfrentaría al gigante con su bastón y las piedras. Con esto sería suficiente.

Al verle, el gigante se sintió ofendido y gritó: «¡Acaso soy un perro, que me mandáis a un niño con un palo para combatirme!»

David, sin amedrentarse, cogió su honda y se dirigió rápidamente contra el gigante, lanzándoles una de las piedras, que impacto justo entre los ojos de Goliat, que cayó al suelo. El muchacho rápidamente se acercó y cogiéndole la espada le cortó la cabaza.

Al ver a su mejor hombre derrotado por un niño, los filisteos huyeron despavoridos.”

—¿Qué os ha parecido la historia chicos? —Pregunto el maestro.

Paquito que, durante la narración había imaginado un hombre altísimo, el cuál con zapatillas deportivas en sus enormes pies, pisoteaba con facilidad a sus enemigos, logró alzar su voz por encima de las de sus compañeros para decir: —Me parece que esta historia no es verdad Sr. maestro.

—¿Por qué te parece que no es cierta Paquito? —contestó el maestro desconcertado.

—Si hace tanto tiempo como nos ha dicho, no existían las motos. —afirmó Paquito entre los murmullos de sus compañeros.

—¿Qué tienen que ver las motos con la historia que os he explicado? —preguntó sorprendido el Sr. García –así se llamaba el enseñante– mirando al niño.

—Usted ha dicho que David cogió su Honda y se dirigió rápidamente hacia Goliat…

El maestro no pudo evitar una carcajada y a continuación les explicó lo que era una honda y como la hondeaba David para lanzar la piedra a Goliat… les explicó también que la enseñanza de esta historia era que jamás nadie debía pensar que estaba por encima de otra persona. Nunca debemos crearnos enemigos, ya que no hay ningún enemigo pequeño…

No Hay Enemigo Pequeño – Serie Relatos Cortos – Copyright ©Montserrat Valls y ©Juan Genovés

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