RELATO CORTO SERENDIPIA
SERENDIPIA
El sol, con insolente vehemencia, escupía su luz sobre el ventanal de la habitación. David abrió sus ojos y miró el reloj holográfico que, indolente, parecía reposar sobre su mesita de noche.
Eran las siete de la mañana. Decidió levantarse y mientras se desperezaba se acercó a la ventana de su apartamento.
Dirigió su mirada hacia la distante calle, vivía en la planta 21. Vio que, como siempre, la poca gente que andaban por la calle iluminada por el tempranero astro rey, lo hacía maquinalmente, sin ganas, sin ilusión, incluso sin mal humor. Todos estos sentimientos pertenecían al pasado.
Un pasado bastante cercano pero que, a él, se le antojaba muy lejano. Acababa de cumplir los ochenta años, aunque se encontraba en plena forma y con unas enormes ansias de encontrar estímulos para tratar de vivir con ilusiones.
Había nacido en 1950, justo al inicio de lo que más tarde se conoció como “tercera revolución industrial”. Aunque nació en la etapa donde se inició la era de la computación y de los semiconductores, lo cierto es que había tenido la fortuna de poder jugar con sus amigos en medio de la calle, sin apenas coches que les hicieran apartar del centro de la calzada.
Ordenador era solo una palabra futurista para los pocos que la conocían y que para David tardó años en aparecer en su vocabulario. Pero cuando lo hizo a sus dieciséis años, fue como un amor a primera vista.
En los años noventa, de manera autodidacta, se había convertido en un hábil programador, hasta el punto de que esta pasión y pericia, sin habérselo propuesto, le abrió el camino a Silicon Valley. Allí, una década después comenzó a utilizar los algoritmos que serían la base de la incipiente inteligencia artificial.
Justo durante la pandemia, en 2020 comenzó a ser consciente de que todos los desarrollos en los que, entre otros, él había intervenido podían acabar con el mundo como se conocía hasta entonces. Trató de advertirlo. Intentó frenar el avance de esta tecnología, pero no lo consiguió.
La ambición desmesurada, las ansias de poder y fama de muchos personajes de la época permitieron que la inteligencia artificial se desarrollara casi sin control.
Paralelamente esas mismas ambiciones llevaron a ciertos personajes, por no llamarles malnacidos, a buscar el poder mediante estrategias geopolíticas, en la mayoría de las ocasiones usando las religiones como bandera o desprestigiando a determinadas razas o etnias, para justificar incluso guerras.
Eso permitió la aparición de lo que se conoció como la necropolítica, que consistía en cargarse a todos aquellos que pensaran diferente.
Para que el pueblo les apoyara usaban discursos populacheros que respaldaran ante la sociedad la sarta de aberraciones que cometían. Lo peor es que en general el pueblo, al que cada vez habían alienado más privándoles de la cultura y de la curiosidad, les creía y vitoreaba.
Desde uno y otro bando geopolítico, se llenaban la boca llamando a los contrarios nazis, comunistas, musulmanes, sionistas o lo que se les ocurriera en función del bando al que pertenecían.
Paralelamente la inteligencia artificial siguió avanzando, eso sí, con una sola premisa aceptada por todo el mundo: la inteligencia artificial debía proteger a la especie humana.
Menuda estupidez… para proteger a la especie humana había muy pocas opciones y en 2030, pasó lo que siempre temió David. La inteligencia artificial tomó el control. Lo hizo siguiendo unas pautas que imposibilitaron totalmente revertir la situación.
Al principio, paradójicamente, el mundo volvió a ser un paraíso. No hacía falta trabajar, desaparecieron las guerras, se tenían cubiertas todas las necesidades e incluso los caprichos. A cambio progresivamente, pero con rapidez el ser humano fue perdiendo su libertad. La inteligencia artificial lo controlaba todo.
Lo único que no controlaba hasta entonces era el pensamiento. Para subsanarlo, a todos los nacidos después del 2032 durante el mismo alumbramiento, los robots médicos que atendían los partos les implantaban un chip en el cerebro, que permitiría al sistema controlar y modificar el pensamiento de aquellos que lo llevaban.
Los controles de salud eran excepcionales, el solo hecho de tener un domicilio o, incluso desplazándose, permitía al sistema por medio de cámaras y escáneres detectar signos incipientes de enfermedades aún no desarrolladas, con lo cual la esperanza y calidad de vida habían crecido de manera notable
Pero la falta de libertad para tomar decisiones, la falta de estímulos para sentirse útiles e incluso de la mayoría de las penurias inherentes a lo que antes era la vida, impedía que, por comparación, pudieran sentirse felices. Eso, poco a poco, detuvo el crecimiento de estos parámetros.
David, echó una nueva mirada a la calle y después al cielo. Suspiró y se planteó que no merecía la pena seguir divagando. Continuaría con su única distracción: programar juegos de ordenador. En este caso solo para su uso, ya que la inteligencia artificial se ocupaba de crearlos para la gente y no permitía que se distribuyeran o vendieran los hechos por los humanos.
Se sentó frente a su ordenador y comenzó teclear códigos y más códigos que, aún solo en su cabeza, iban componiendo lo que sería su próximo juego. De hecho, desde que el trabajo desapareció para los humanos, había desarrollado montones de software y de juegos.
Al ver los iconos de sus propias aplicaciones, sonrió. Posiblemente, jamás en épocas anteriores había sido tan creativo como ahora.
Cuando estaba tecleando los últimos datos que completarían el juego, de repente antes sus ojos, se esfumó todo el contenido de su programación. Buscó el archivo en el explorador del sistema, aunque hubiera perdido algo, hacía poco que había salvado su trabajo.
Con incredulidad en su rostro, vio que todo rastro había desparecido y dijo en tono alto y algo alterado: —¡Joder! ¡A empezar de nuevo! —al instante, se calmó y añadió para sí mismo: —No pasa nada, tengo todo el tiempo del mundo y nadie está apretándome para que lo acabe.
Tenía buena memoria y comenzó a teclear desde los primeros códigos que unos días atrás había usado y sin prisas, pero sin pausas, al cabo de unas horas, casi ya había llegado a reconstruir su trabajo.
Fue entonces, justo entonces, cuando los códigos se esfumaron nuevamente frente a sus ojos, pero a diferencia de la vez anterior, esta vez, apareció en su pantalla un aviso que decía: —¡Alerta! No siga componiendo este programa.
Por alguna razón, que en aquel momento no comprendió, la inteligencia artificial que controlaba cualquier dispositivo conectado a la red, no le permitía continuar con su creación.
No me queda más remedio que abandonar este proyecto —pensó— en la actualidad no existe la posibilidad de desconectar ningún ordenador de la red.
¿En la actualidad? —se preguntó— ¡Claro! ¡Aún existe una posibilidad! Muy remota, pero una posibilidad, al fin y al cabo. Por lo menos debo tratar de ver que contiene el código que estoy creando que perturbe tanto a la inteligencia artificial como para no dejarme seguir. —pensó, animándose a sí mismo.
Con nerviosismo, pero con decisión, dirigió sus pasos hacia el armario del cuarto trastero. Allí guardaba una antigua reliquia: su primer ordenador. Era un viejo trasto de 1968 que, tal vez ni funcionara y si lo hacía sería muy limitado… El sistema operativo era el MS2 y la memoria bastante escasa…
Allí estaba el trasto, grande de tamaño y muy pequeño de prestaciones, pero, si no le fallaba la memoria, el sistema operativo estaba dotado de una especie de bloc de notas que, si lograba ponerlo en marcha podría servirle para crear el código completo del juego y analizarlo para ver qué era lo que temía el sistema para haberle impedido continuar su trabajo.
Conectó el cacharro a la red eléctrica y, sorprendentemente, comenzó a rugir forzándose en demostrar que aún podía dar guerra. Un par de minutos después la pantalla monocroma mostraba un guion blanco parpadeando sobre el fondo negro.
—¡Funciona! —gritó eufórico, mientras comenzaba a teclear buscando el bloc de notas. Poco rato después, estaba ya componiendo nuevamente la lista de códigos que debían convertirse en un juego que fuera operativo.
¡No lo podré probar! Este armatoste, además de memoria insuficiente no dispone ni siquiera de placa gráfica. —se lamentó. Enseguida cambió de pensamiento para pasar a reprenderse: —¡Aunque no pueda jugar lo que quiero es analizar el código fuente!
Ya de madrugada, sin ni tan solo haber comido, tenía el código completo frente a sus ojos. Era un juego en el que una expedición terrícola llegaba a otro planeta donde se había detectado vida. Los tripulantes debían hacer lo necesario para ver si se podían obtener determinados materiales, pero existía una premisa fundamental, “se debía respetar la vida de los seres que habitaban aquel planeta, fuera una especie inteligente o no”
Al leer el código fuente de esta premisa, alborozado, no puedo evitar gritar: —¡Menuda serendipia!
Aquel hallazgo casual, era la clave que hacía falta para desconectar la inteligencia artificial. Por eso el sistema le borraba su trabajo.
Se planteó como podría introducirlo en la red. La inteligencia artificial, nunca se lo permitiría. Entonces se le ocurrió algo muy simple, pero que podía ser funcional. Si se entraban datos cifrados el sistema debería descifrarlos para determinar si eran aceptados o no. Si no lo eran los eliminaría antes de que pudieran hacer ningún daño.
Para tratar de engañarla debería usar una triple encriptación. El primer nivel sería escribir el código en sentido inverso, como si se viera a través de un espejo, añadiendo una instrucción que lo ejecutara en su forma primigenia.
El segundo nivel de encriptación, consistiría en el cifrado César, ya en desuso desde hacía más de una década y por último una encriptación asimétrica a 2048bits,
Evidentemente el sistema podría desencriptar todos los niveles con bastante rapidez, pero los microsegundos que tardaría en descifrar que el código que encontraba estaba escrito en sentido inverso, tal vez, fueran suficientes para que el código se ejecutara.
Si había suerte, al día siguiente la tecnología en el mundo habría retrocedido más de cincuenta años, liberando al ser humado de la esclavitud actual.
Puso manos a la obra y un rato después ya había introducido en la red el hackeo que, si funcionaba, sería el más importante desde el inicio del proceso de datos.
Con la satisfacción del deber cumplido, se acostó. Sabía que, al día siguiente, bueno en realidad pocas horas después, le bastaría con mirar a la calle para saber si había tenido éxito.
A las siete de la mañana el inclemente sol, colándose por el ventanal abofeteó los cerrados párpados de David quien, a toda prisa, saltó de la cama se dirigió a la ventana y miró a la calle.
Había mucha gente, nerviosa, hablando entre ellos con desazón, tratando de comprender que estaba pasando. David se dirigió hacia el interruptor de la luz y lo accionó. La lámpara siguió apagada. David sonrió, lo había conseguido.
Se planteó que sucedería con la gente, casi nadie sabía hacer nada, no tenían ni idea de trabajar y mucho menos manualmente. Dentro de poco los abastecimientos de comida no existirían y los servicios habrían desaparecido en su mayor parte.
No le preocupó en demasía, había mucha gente de su generación y alguna de las posteriores, que serían capaces de tomar las riendas y encaminar el mundo a esta nueva realidad que, en poco tiempo, gracias a los conocimientos de estas generaciones, recuperaría su pulso habitual.
Recuperaría las penas, las alegrías y por ende la posibilidad de sentir la felicidad en momentos puntuales, incluso el de contemplar un amanecer, respirando profundamente y sintiendo como se ensancha el pecho y, sobre todo, en libertad.
Libertad para pensar, libertad para decidir, libertad para sentir curiosidad y adquirir conocimientos. Libertad, incluso, para seguir sumido en la ignorancia en medio de una sociedad empobrecida… Como siempre había sido, dependiendo de cada uno la decisión de ser feliz o de amargarse y deprimirse.
Además, el ser humano habría aprendido una gran lección. Ahora ya sabría que no deben escucharse los cantos de sirenas. No se permitirían ni las guerras ni los genocidios y el ser humano amaría a sus semejantes haciendo un bloque común.
Entonces David, salió de su ensimismamiento y se dijo: —¡Eres gilipollas! ¡Eso no va a ser así! El ser humano seguirá siendo cruel, ambicioso, envidioso, despiadado y sediento de poder. Tratará como siempre de buscar acólitos y para ello usará la manipulación cargando la culpa de todos los males a quién o quiénes haga falta para lograr sus objetivos. Quizás incluso se crucifique a alguien nuevamente, por el mero hecho de pregonar la bondad y el amor… —¿Quién sabe? —se preguntó —¡Yo he hecho lo que debía! —dijo para sí. Se tumbó nuevamente en la cama tratando de reencontrar la esperanza.
Serendipia – Serie Relatos Cortos – Copyright ©Montserrat Valls y ©Juan Genovés